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Opinión
27/02/2007
Más allá de la igualdad: hacia la feminización de la sociedad
Diario de Noticias
La lucha por la superación de cualquier tipo de jerarquía o discriminación por razón de sexo no es de ahora. Viene de atrás. Aunque es hoy cuando dicha lucha no sólo ha ganado en intensidad, sino que se ha convertido, además, en una de las notas más características de nuestro tiempo. Las mujeres han sido las principales protagonistas de esta historia. Víctimas mayoritarias de una situación de desigualdad, han sido ellas, sobre todo, quienes han enarbolado la bandera de su emancipación. Pero los efectos liberadores de su esfuerzo han resultado benéficos y transformadores para la sociedad en su conjunto.
Esta reflexión pretende ceñirse a nuestro propio ámbito sociocultural. Sin embargo, en un mundo globalizado como el presente, ello no nos dispensa de la responsabilidad de tomar en consideración y denunciar, de entrada, aquellas situaciones de la mujer especialmente inhumanas y sangrantes en algunos continentes y áreas geográficas. Y, en particular, determinadas prácticas gravemente vejatorias, que atentan contra la integridad física de la mujer y ofenden su dignidad. Situaciones y prácticas, las mencionadas, que, constituyendo una innegable violación de derechos, en modo alguno pueden escudarse ya tras el fácil recurso a la diversidad cultural. Lo que no es óbice, sin embargo, para que reconozcamos la imperiosa necesidad actual de releer la carta de los derechos humanos a la luz de la interculturalidad.
La igualdad es una cualidad inherente a la condición humana y personal de mujeres y hombres como tales, a su valor y dignidad. Y es, también, un derecho que de todo ello emana. ¿De qué igualdad hablamos? En el contexto de subordinación, discriminación y aun exclusión sufrido por las mujeres en nuestra sociedad y derivado de problemas de género no resueltos, reivindicamos y nos referimos a una igualdad de derechos, deberes y oportunidades. En modo alguno estamos por una igualdad que desemboque a la postre en mera imitación, o en pura asimilación y reedición - en criterios, estilos, actitudes y prácticas - de viejos y dominantes modelos masculinos de presencia y comportamientos sociales.
Reconocemos los cuantiosos y significativos avances habidos en materia de igualdad. Pero no caemos en la ingenuidad de pensar que la igualdad legalmente proclamada, por importante que sea este hecho, tiene la virtud mecánica de implantarla en la realidad. La desigualdad real continúa siendo un hecho, por desgracia, en importantes ámbitos y dimensiones de nuestra vida: ya se trate de la familia, el ocio, el trabajo, la religión, la política… Siendo mayormente mujeres las víctimas de la desigualdad en éstas y otras áreas, cabría hablar incluso, en ese sentido específico, de una feminización negativa o en negativo de la sociedad. Superar tal situación requiere sin duda, así sea transitoriamente, acciones e impulsos positivos, como puede ser el de la paridad, que, en todo caso, no concebimos ni en forma absolutamente rígida y mecánica, ni como criterio meramente cuantitativo. Y exige, sobre todo, que nos planteemos, mujeres y hombres, qué modelo de sociedad queremos. Tendremos que deconstruir un modelo social discriminador, segregador y excluyente. Y habremos de construir un modelo nuevo que reequilibre y armonice la inevitable y simultánea complementariedad y tensión entre los sexos. Un nuevo modelo que sólo ambos, y juntos, podrán ponerlo en pie.
Es en este camino donde planteamos, como paso que nos parece imprescindible, la feminización de la sociedad. La entendemos básicamente como incorporación y socialización de saberes, habilidades y competencias, actitudes, estilos y valores que, social y culturalmente, han sido asignados o atribuidos casi en exclusiva a las mujeres durante largo tiempo. Hablamos de cualidades en las que, a menudo, las mujeres brillan hoy con luz propia, pero que constituyen elementos que conciernen a todos, aportes que contribuyen positivamente a la vida en sociedad y factores que impulsan un desarrollo más humano.
A las mujeres se debe en gran medida una nueva conciencia de lo público y de la responsabilidad social que tiene lo público; una nueva conciencia nacida, quizá, de los imperativos de lo cotidiano y de la importancia que para ellas tiene lo cotidiano. Como a ellas se debe mayormente la recuperación de una serie de espacios como comunes y a compartir, como la familia, el hogar y los hijos sin ir más lejos. Y, por no alargarnos, aspectos éticos como el del cuidado de la vida y la atención a la vida; valores como los de verse y concebirse en relación, la escucha, la empatía; capacidades como la de armonizar presencias múltiples e introducir en la agenda pública la exigencia de condiciones que posibiliten a hombres y mujeres dicha armonización de presencias en lo privado y lo público, en lo productivo y reproductivo; cuestiones como la de una nueva vivencia y sentido de la sexualidad finalmente: estos y otros elementos, madurados a menudo con sacrificio, son puestos hoy por las mujeres sobre la mesa de la sociedad en su conjunto. El resultado no es mera acumulación y suma de lo viejo y lo nuevo, de lo masculino y lo femenino, sino algo distinto. Es aún demasiado pronto como para describir sus rasgos.
* Firman este artículo: por el Foro Iruña (Sagrario Alemán, Iñaki Cabasés, Ginés Cervantes, Fermín Ciáurriz, Conchita Corera, Reyes Cortaire, Miguel Izu, Javier Leoz, Guillermo Múgica y Iosu Ostériz)
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