Agiriak
Iritzia
2006/01/02
Manuel de Irujo veinticinco años después
Diario de Noticias
Yo soy navarro y ésta es la mejor forma de sentirse vasco
(M. de Irujo)
Se cumple ahora el aniversario de su muerte. Fue el 1 de enero de 1981, día frío y nebuloso, como si el tiempo quisiera sumarse a un triste adiós definitivo.
Es por esta razón, que no puedo sustraerme al deseo de recordarlo por amigo y por maestro. Lo conocí en uno de aquellos viajes meteóricos que solíamos realizar a Baiona durante la dictadura franquista. Acompañado de un buen amigo, Xabier Alonso Ecay, recalamos en la casa de otro amigo común, Fernando Biguria, cuando repentinamente abrióse la puerta de la sala donde estábamos y entró D. Manuel de Irujo como un torbellino. Su saludo fue éste: "¡Hombre, estos navarricos, cuánto me alegro de verlos!", al tiempo que nos estrechaba entre sus largos brazos.
La figura desmelenada de Irujo se nos ofrecía como la de un león llameante, plasmación física de su espíritu inquieto y luchador. No fue un radical sino un evolucionista, nacido para ser árbitro, o lo que puede llamarse un liberal, en el mejor sentido de la palabra.
Irujo poseía el arte de resolver las dificultades. Era lo que Goethe llamaba un mediador, un hombre cuya sola presencia calmaba los ánimos exacerbados. Cristiano convencido. Cierto día me dijo: "Sin eso, mi vida perdería su valor, su matiz y su espíritu".
Por su capacidad, por su humanismo, por su sentido de la justicia y su amor a la libertad, Manuel de Irujo se impuso a las querellas de partido, repudió la turbia política, se hizo respetar y fue querido por todos. Rico en pensamientos y versado en los problemas públicos, amó apasionadamente a Euskalherría. En ocasiones pudo parecer duro, pero quien lo conocía bien, era consciente que bajo esa aparente rudeza latía un corazón sensible y bueno, pletórico de generosidad.
Don Manuel reunía las características físicas de la tierra estellesa, y sobre todo de la histórica Lizarra que le vio nacer. Desde su infancia fue un virtuoso de la música, buen txistulari y pianista. Miguel de Unamuno, que le oyó tocar en el café "Novelty" de Salamanca, no pudo menos que aplaudirlo y elogiarlo. Irujo había interpretado al piano unos aires vascos que conmovieron al filósofo bilbaíno.
Estudió en Deusto las carreras de Letras y Derecho, en cuya universidad años después llegaría a ser profesor.
Las circunstancias políticas de su tiempo y su sentido del deber le llevaron a ocupar puestos de relevancia y responsabilidad que él nunca hubiera deseado ocupar.
Siempre, en representación del Partido Nacionalista Vasco, fue diputado foral, diputado a Cortes, varias veces ministro del Gobierno de la República y, al retorno del exilio, senador y parlamentario foral, cargo este último que desempeñó hasta su muerte. Siempre firme en cualquier trinchera a donde se le llamara, mientras desde ella pudiera servir los derechos irrenunciables de su pueblo. La trayectoria de su vida fue un largo combate, pero logró a costa de penosos esfuerzos, de situaciones tormentosas, mantener el espíritu en perfecto equilibrio, leal, sin claudicaciones a los ideales que siempre amó.
Durante su fecunda vida, Manuel de Irujo pudo aprender, observar, analizar las doctrinas, los hechos y los hombres, o combatirlos si en conciencia lo consideraba necesario. Poseía ese don particular de inspirar confianza, por su trayectoria limpia, su integridad y ausencia de ambición.
Durante la guerra, como ministro de Justicia trabajó para restablecer la libertad de cultos en la zona republicana, la independencia de los tribunales, los derechos humanos en todo momento, salvando muchas vidas sin mirar la ideología política a la que pertenecían.
Tras la guerra civil, el exilio fue para Manuel de Irujo un largo peregrinar por Europa y América, en una sucesión de conferencias y visitas a presidentes, ministros y políticos extranjeros, buscando siempre la ayuda y la comprensión para su pueblo sometido a la dictadura franquista. Estaba identificado con él, pero su espíritu traspasaba las fronteras para sentirse europeo. Es por ello que en 1974 fue nombrado Amigo de Europa en la ciudad italiana de Asís, concediéndosele la medalla de oro en el homenaje que le rindió la juventud demócrata-cristiana europea.
Pero esto no le impidió amar a Navarra con todas las fuerzas de su ser. Se sentía navarro pero también vasco, porque ambos conceptos son como las dos caras de una misma moneda.
No puedo olvidar la campaña electoral de 1977, recorriendo los pueblos de nuestra Ribera y en la que participé a su lado tratando de despertar en ellos la plenitud de nuestro régimen foral. Recuerdo cómo Manuel de Irujo, con su potente voz, su oratoria vibrante, les transmitía su mensaje: "¡Nabarra es Euskalherría!, ¡Nabarra es una unidad de origen vasco, cuya primitiva lengua es el euskera, y en esa lengua están la toponimia de la mayor parte de los lugares y el apellido de casi todos sus hombres!".
Fue un mensaje, pero también podemos decir, desde la distancia que nos separa de aquellos lejanos días, que es el legado de un navarro a sus hermanos navarros recordándonos que, sin mengua de sus Fueros privativos, son vascos por la historia, la cultura y la etnia.
Así era Manuel de Irujo, hombre que siempre sirvió a su pueblo con disciplina y lealtad.
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