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2007/03/16


Navarra como ariete ante gobiernos progresistas

Diario de Noticias



La convocatoria por parte del Gobierno de UPN y CDN, ratificada por su exclusiva mayoría parlamentaria en el legislativo autonómico, de la manifestación del día 17 en protesta por unas presuntas negociaciones en la sombra en las que el futuro de Navarra estaría en juego y de las que nadie tiene noticia cierta, constituye el último episodio en la campaña de ataque permanente del Partido Popular al gobierno socialista presidido por José Luis Rodríguez Zapatero. Hasta el momento, la derecha navarra había desempeñado un papel de acólito ciertamente activo de la agresiva dinámica pancartera y agitadora del PP y de sus medios afines. No olvidemos que uno de los diputados de UPN se ha convertido en uno de los principales valedores de la teoría conspiratoria en relación con el 11-M, según la cual los culpables habrían sido una amalgama de servicios secretos franceses y marroquíes, espías y policías españoles y etarras, defendiéndola tanto en la comisión parlamentaria de investigación como en un libro de su autoría. Hasta el momento esa teoría no ha conseguido reunir ningún soporte fundado, tal y como se está pudiendo ver en el juicio que se está celebrando. Por otra parte, UPN también se hizo notar en la campaña contra el estatuto catalán, incurriendo en la grave contradicción que supone criticar el intento de los catalanes de acercarse a los parámetros en los que se desenvuelve la Hacienda Foral navarra en virtud de las atribuciones que le confieren los derechos históricos, y arriesgándose a que algún día los unitaristas y uniformadores (que ya se manifestaron en Pamplona de la mano del Foro de Ermua hace algo más un año, fracasando rotundamente, pero obligando a más de uno a mostrar dotes de funambulista) centren su mirada en nuestro sistema de cupo.

Sin embargo, la convocatoria de la manifestación del sábado que viene tiene una novedad importante. UPN y CDN pasan ahora a la vanguardia estricta de la estrategia de trincheras del PP, son los agentes tractores del ruido mediático de confrontación, sirviéndose de Navarra como argumento. Lo hacen, además, y por varios motivos, de forma manipuladora. En primer lugar, por cuestiones de calendario: la manifestación del 17 viene una semana después de la manifestación del 10 en Madrid, manifestaciones ambas cuyo objetivo no declarado, pero evidente, es tapar los ecos del tercer aniversario de las bombas en los trenes y esconder las responsabilidades por una guerra ilegítima y una gestión antiterrorista altamente deficiente. De hecho, el sábado pasado Rajoy no tuvo ningún recuerdo hacia los 191 muertos y 1.824 heridos de aquellos atentados. En segundo lugar, porque el único indicio objetivo que puede fundamentar la marcha del sábado que viene es la propuesta de Batasuna, una propuesta que no tiene recorrido político en cuanto que, de plantearse, sería tajantemente rechazada por el electorado navarro. En tercer lugar, porque nadie puede dudar de que el futuro de Navarra lo decidirán los ciudadanos navarros.

De cualquier forma, lo que está sucediendo tiene el aroma de lo recurrente. Durante la Segunda República, Navarra desempeñó la función de epicentro de las fuerzas reaccionarias que asumieron desde el primer momento una actitud beligerante y de deslegitimación contra el régimen republicano. Los carlistas y los conservadores navarros desarrollaron una praxis contraria a todos los caracteres propios de la izquierda o del nacionalismo periférico (antilaicista, antiliberal, antiparlamentaria, antimarxista, antiseparatista) y se colocaron en vigilia permanente para la movilización. Los componentes españolistas y el carácter reaccionario del navarrismo foral de derechas fueron acompañados de un mensaje que, según señala Ugarte Tellería, mezclaba elementos del viejo tradicionalismo español de Donoso Cortés y Menéndez y Pelayo con otros del autoritarismo fascista o parafascista europeo de entreguerras, por el que Navarra aparecía como la nueva Covadonga que devolvería a España a su destino original de país católico, apostólico y tradicionalista. Navarra era interpretada como la reserva espiritual de los viejos valores desde la cual se emprendería, desde la más absoluta intransigencia, la reconquista del Estado. También entonces la derecha procedió a la magnificación de cualquier posible cambio en contra de su visión de las cosas, visión identificada con el orden natural, y se valió de la apelación permanente a un pathos, a una emoción estructurada en desacuerdo constante con la modernidad y recelosa ante las transformaciones. Las consecuencias finales de todo ello en nuestra tierra, zona de retaguardia, no pueden olvidarse: la implacable represión no se agota en los cerca de 3.000 navarros fusilados, en su mayoría militantes y simpatizantes de partidos de izquierda, sino que debe ampliarse hacia otros millares de personas amenazadas, torturadas, exiliadas o enviadas a la guerra en contra de su voluntad.

* Fernando Mikelarena es profesor titular en la Universidad de Zaragoza

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Fernando Mikelarena

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