Agiriak
Iritzia
2007/11/11
Desmemoria histórica y tergiversación
Diario de Noticias
Es sabido que, contra la Ley de Memoria Histórica, no faltan quienes abogan por la desmemoria en un afán por amoldar el pasado a sus propios intereses y conveniencias. Así, en una entrevista a La Voz de Galicia publicada el día 14 Mayor Oreja calificaba a esa ley como "elemento de división" y como "disparate", no considerando "pertinente" condenar el franquismo porque "era una situación de extraordinaria placidez". A su vez, el actual arzobispo de Pamplona afirmó el día 17 que la mencionada ley es una "ley innecesaria" porque "puede abrir heridas que el tiempo ha ido curando y esto es lo que hay que procurar: cerrar definitivamente las heridas" porque no conviene "volver la mirada hacia atrás". La práctica de la desmemoria conlleva el cierre del debate sobre una época determinada y la desestimación de los juicios políticos y morales que sobre ella puedan darse, desamparando a sus posibles víctimas de las reparaciones mayoritariamente simbólicas a las que puedan tener derecho. La reivindicación de la desmemoria es especialmente preocupante si tenemos en cuenta que el ejercicio de la memoria por parte de los poderes públicos durante las últimas décadas en relación con la guerra civil y el franquismo ha sido esencialmente timorato.
Más allá del apoyo a la práctica de la desmemoria, está el ejercicio de la tergiversación acerca de la coyuntura histórica a la que nos estamos refiriendo, siendo ello especialmente grave en el caso de personas que optan a altos cargos institucionales. A pesar de que teníamos noticias indirectas desde el momento en que se produjo, sólo recientemente hemos podido corroborar a través de la edición digital del Diario de Sesiones del Parlamento de Navarra (10 de agosto de 2007, pp. 14-15) cómo Miguel Sanz dio un claro ejemplo de deformación de la realidad histórica en el último debate de investidura. En una réplica a Zabaleta dijo textualmente: "Ya es hora de que digamos las cosas claras: ¿Usted cree que yo les voy a identificar a ustedes, a su coalición con el franquismo por decir, y decir bien, que el nacionalismo en el 36 estuvo al lado del bando nacional en Navarra? Si es verdad, sí, claro que es verdad, lo que pasa es que a ustedes no les gusta oírlo, pero esa es la realidad. Sin embargo, a mí no se me ocurre confundirles a ustedes con el franquismo, ¡para rato! Nada más lejos de la realidad y de mi pensamiento, desde luego. Pero la realidad es la realidad, ahí están los datos, y no quiero decir nombres de ilustres nacionalistas".
Ese párrafo invita a hacer varios comentarios. El primer, el de que es una barbaridad sugerir que el nacionalismo (en aquel entonces el PNV, debido al escaso peso de la otra formación nacionalista de la época, Acción Nacionalista Vasca, un partido que nada tenía que ver con el homónimo actual) coparticipara en el golpe de estado del 18 de julio (que es lo que se infiere de una lectura literal de sus palabras de que "el nacionalismo en el 36 estuvo al lado del bando nacional en Navarra"). La sublevación fue organizada por la Comunión Tradicionalista, la derecha conservadora y la Falange. El nacionalismo vasco sufrió desde el primer momento las iras de los sublevados con usurpaciones de sus locales y de sus medios de comunicación y con detenciones de sus dirigentes y cargos electos. Es un insulto a la memoria de las víctimas del nacionalismo (tanto a las personas que fueron fusiladas como a las que padecieron exilio, requisas, torturas, depuraciones, sanciones, etc.) trastocar la realidad hasta el punto que lo hace Sanz. Asimismo, es también una ofensa hacia todas las víctimas navarras de la represión franquista por cuanto parece ser que su sufrimiento parece estar lejos de ser asumido plenamente por quienes en nuestra comunidad ocupan altos cargos institucionales. De lo contrario, no se entiende ese empeño revisionista de tan mal gusto.
Desgraciadamente, el revisionismo no queda limitado ahí. En la críptica alusión final de Miguel Sanz a unos indeterminados ilustres nacionalistas que habrían sido favorables al bando nacional, subyace un olvido del todo punto rechazable sobre las circunstancias del momento histórico. Desde el primer momento, el control de la situación en Pamplona y en toda Navarra por parte de los sublevados fue absoluto, asumiendo la movilización un espíritu de cruzada que no se avenía con la generosidad con los adversarios ideológicos y políticos. No se puede prescindir de esa abrumadora posición dominante del bando faccioso en Navarra, y de su exasperada agresividad, a la hora del análisis de las actitudes de quienes no formaban parte de él. La presión existente en Navarra tras el 18 de julio, con amenazas fatalmente cumplidas en muchos disidentes, entrañaba que los que no pertenecían a los sectores que estuvieron detrás de la conspiración, tuvieron, estallada la guerra, muy poca libertad de acción. Desarboladas las estructuras de los partidos y de los sindicatos, al igual que sucedió a los afiliados de las formaciones de izquierda, los militantes nacionalistas quedaron al pairo y a merced de la voluntad de los verdugos en un contexto totalmente hostil en el que la desafección se podía pagar con la muerte y en el que muchos tuvieron que elegir entre el frente o el paredón. El olvido de todo ello ha formado parte de toda una tradición en la lectura de nuestro pasado: la de los ganadores para los que no era suficiente su impunidad y debían mostrar su solaz por medio de la adulteración torticera en la interpretación de la conducta ajena.
* Fernando Mikelarena, historiador
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